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  ITALO OSVALDO DONDA DE VOCACIÓN DOCENTE En la Antigua Grecia, exceptuando la muerte, el ostracismo (o destierro) era el peor castigo que se le podía conferir a un ciudadano. Siguiendo esa línea de razonamiento podría decirse que hoy, en los tiempos que corren, el peor castigo aplicable a los que ya no están entre nosotros es el olvido. Ese olvido que se hace más injusto e incomprensible cuando se trata de personas que dejaron su impronta en la tierra que los vio nacer, o que los adoptó como propios. En la prácticamente inexistente historiografía devotense esa pena ignominiosa parece estar más vigente que nunca. Por lo menos hasta ahora. Y no reconoce apellidos, méritos, talentos ni trayectorias. Es nuestra tarea, y nuestro deber para con la memoria colectiva, asumir el rescate de aquellas cosas, y de aquellos hombres y mujeres, que jalonaron la historia de nuestro pueblo y que cierta incomprensible desidia estaba dejando morir en los recodos del tiempo. En esa larga list